Salud Pública

¿Por qué somos tan curiosos?

 

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El anhelo humano de saber y comprender es la fuerza impulsora detrás de nuestro desarrollo como individuos e, incluso, nuestro éxito como especie. Pero la curiosidad también puede ser peligrosa y provocar tropiezos o incluso caídas. Entonces, ¿por qué este impulso nos obliga con tanta frecuencia a lo largo de la vida?

Dicho de otra manera, ¿por qué los humanos somos tan curiosos? Y dada la complejidad de la curiosidad, ¿tienen los científicos una definición para este impulso innato?

La curiosidad está tan arraigada que nos ayuda a aprender como bebés y a sobrevivir como adultos. En cuanto a la definición, no hay una definición ampliamente aceptada del término.

Por ejemplo, William James, uno de los primeros psicólogos modernos, la definió como “el impulso hacia una mejor cognición”. Por otro lado, Ivan Pavlov escribió que los perros sienten curiosidad por los estímulos novedosos a través del “¿qué es?”, reflejo que les hace enfocarse espontáneamente en algo nuevo que llega a su entorno.

Si bien es complicado definir una definición, los psicólogos están de acuerdo en que la curiosidad no se trata de satisfacer una necesidad inmediata, como el hambre o la sed, sino que, más bien, está intrínsecamente motivada.

Abriéndonos camino en el mundo

La curiosidad abarca un conjunto de comportamientos tan grande que probablemente no haya un solo “gen de curiosidad” que haga que los humanos se pregunten sobre el mundo y exploren su entorno. Dicho esto, la curiosidad tiene un componente genético.

Los genes y el medio ambiente interactúan de muchas formas complejas para moldear a los individuos y guiar su comportamiento, incluida su curiosidad. Así, los investigadores identificaron cambios en un tipo de gen específico que es más común en pájaros cantores individuales que están especialmente interesados en explorar su entorno.

El estudio se publicó en la revista Proceedings of the Royal Society. En humanos, las mutaciones en este gen, conocido como DRD4, se han asociado con la propensión de una persona a buscar novedades.

Independientemente de su composición genética, los bebés tienen que aprender una cantidad increíble de información en un corto periodo de tiempo, y la curiosidad es una de las herramientas que los humanos han encontrado para lograr esa tarea.

De hecho, si los bebés no tuviesen curiosidad, no aprenderían nada. La preferencia por la novedad tienen un nombre: curiosidad perceptiva. Es lo que motiva a los adultos humanos a explorar y buscar cosas nuevas antes de perder interés en ellas después de una exposición continua.

Así, como muestran los estudios, los bebés hacen esto todo el tiempo, y un claro ejemplo de ello es el balbuceo.

Pero no se trata solo de bebés. Los cuervos, por ejemplo, son famosos por usar la curiosidad perceptiva como un medio de aprendizaje. Por ejemplo, el impulso de explorar su entorno, probablemente, ayude a los cuervos a aprender a diseñar las herramientas simples que usan para pescar larvas fuera de las grietas difíciles de alcanzar.

Hacer que el mundo funcione para nosotros

Otro tipo de curiosidad es distintivamente humana. Los psicólogos la llaman curiosidad epistémica, y se trata de buscar reconocimiento y eliminar la incertidumbre. La curiosidad epistémica surge más tarde en la vida y podría requerir un lenguaje complejo.

En este sentido, para Agustín Fuentes, profesor de antropología de la Universidad de Princeton, esta forma de curiosidad ha diferenciado a los humanos, y probablemente a todos los miembros del género homo, de otros animales.

No obstante, la curiosidad tiene un coste. El hecho de que los humanos puedan imaginar algo, no significa que vaya a funcionar, al menos no al principio. En algunas ocasiones, lo que está en juego es bajo y el fracaso es una parte saludable del crecimiento.

¿Por ejemplo? Muchos bebés son perfectamente capaces de gatear, pero deciden intentar caminar porque hay más que ver y hacer cuando están de pie.

En definitiva, la curiosidad trata sobre la supervivencia. No todos los seres humanos curiosos vivieron para transmitir su inclinación por la exploración a sus descendientes, pero ayudaron a crear una especie que no puede evitar pensar: “Eh, me pregunto qué pasaría si…”.

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